miércoles, 30 de septiembre de 2015

Capítulo IV: Hechos históricos

Blancanieves sacudió la cabeza, abrumada por los sonidos y olores que le habían golpeado como un mazo al entrar en la Cantina Cantarina.

El comedor del Colegio tenía nombre de posada de juglares (definitivamente no era un nombre elegante), pero se decía que conservaba su antiguo nombre, el que le dieron las hadas cuando ellas eran las únicas maestras y alumnas de Fidgetweed. Allí, en el comedor, las hadas se relajaban de sus apretadas responsabilidades sobre la naturaleza o sus ahijados y muchas veces llenaban el comedor de alegres canciones y poesías líricas. De allí el nombre “Cantina Cantarina”.

Blancanieves sonrió al sentir que estaba de acuerdo con las antiguas hadas. La buena comida, sobretodo compartida, une a las personas y las hace ser felices, aunque fuese por un ratito. Inconscientemente, pensó en la tarta de moras que le preparó a Gruñón y le invadió la nostalgia. Quizás fue que echaba mucho de menos a sus pequeños amigos, pero la Cantina, con sus gritos, cantos y guerras de comida, le recordó más a la casita de los enanitos que al comedor del Colegio más ilustre de magia de todo el Espacio y el Tiempo.

Con el corazón latiendo muy deprisa dio un paso al frente y buscó un sitio libre con la mirada. Pero pareció acordarse de algo importante. “¡Rapunzel!” pensó parando en seco. Había quedado con su compañera de residencia provisional para ir juntas al comedor. Las dos estaban asustadas y habían quedado en no separarse hasta que supieran lo que tenían que hacer exactamente. Pero no vio a Rapunzel en ninguna de las doce puertas de la Cantina, donde se supone que estaría esperándola. Pensó que tal vez le estaría guardando el sitio, así que repasó con la mirada las interminables mesas de la Cantina.

Y la vio. Pero no parecía estar esperándola, ni siquiera se parecía a la Rapunzel dulce y tímida que había conocido. Estaba rodeada de chicas y se la veía eufórica y extasiada, con los ojos muy abiertos y gesticulando exageradamente. Dos chicas pelirrojas le estaban trenzando su larguísimo pelo, mientras otra chica de cabello rubio platino le cogía las manos con cariño y atendía pacientemente a sus gritos jubilosos.

Blancanieves suspiró con tristeza. Rapunzel había hecho nuevas amigas y se había olvidado de ella. ¿Cómo podía haberse olvidado tan rápido? A penas hacía veinte minutos había salido de la habitación diciendo “si quieres puedo adelantarme e investigo un poco dónde podemos conseguir ropa nueva y adecuada, pero te esperaré en la entrada de la Cantina”. Se sacudió los malos pensamientos y se obligó a sonreír. Rapunzel había sido su primera amiga humana, pero allí había más humanos juntos de los que había visto jamás. Seguro que eran encantadores. Decidió ponerse en manos del destino y se sentó en el primer sitio libre que vio.

-Hola, chica nueva. ¿A qué viene esa carita tan larga? -oyó que le preguntaban cuando apenas se había acomodado en el banco.

-No es nada importante -respondió con una sonrisa-. Mi amiga parece que se ha olvidado de mí y se ha ido con otras chicas. Pero no pasa nada, seguro que aquí sois todos maravillosos.

Miró por primera vez a su interlocutora y descubrió una chica mayor que ella de facciones agradables y cabello recogido, de un color difícil de definir.

-Oh, no te creas, no todos lo son. Hay un par que se merecen una torta bien dada. Pero no seré yo quien se la dé, ya se la darán ellos solitos.

Las dos chicas rieron juntas y pareció que el nudo en el estómago de Blancanieves se aflojó un poco. La otra chica siguió hablando.

-De todos modos, ¿cómo te ha podido dejar sola tu amiga? Pareces una chiquilla encantadora.

-Gracias -se ruborizó Blancanieves- tú también pareces encantadora. Me llamo Blancanieves.

-Yo soy Cenicienta. Vaya, te queda que ni pintado el nombre. Verdaderamente eres blanca como la nieve.

-Lo sé y créeme, no es una ventaja -respondió Blancanieves con su permanente sonrisa-, pero a tí en cambio no te pega para nada el nombre. ¿Cenicienta? Parece decir que estás cubierta de suciedad y cenizas… No, para nada te pega. ¡Si tienes el porte de una princesa!

Lejos de sentirse ofendida, Cenicienta sonrió pícaramente.

-Bueno, quizás no te lo crees, pero es que verdaderamente soy una princesa. Mi marido es el príncipe Enrique del reino de Verre.

Blancanieves abrió mucho los ojos y su sonrisa se ensanchó.

-¿De verdad? ¡Vaya! Yo también soy una princesa, bueno más bien lo era… Aunque prefiero no serlo, francamente. De hecho, el mejor año de mi vida lo pasé como fugitiva. Es largo de explicar.

-Bueno, tenemos nada menos que un año antes de que me gradúe. Estaré encantada de escuchar tu historia, Blancanieves.

Blancanieves abrió mucho los ojos.

-¡Oh, Cenicienta! Nadie había sido nunca tan gentil conmigo y yo… -Se interrumpió al recordar algo-. Espera un momento… ¿De dónde dices que eres?

-Del reino de Verre. ¿Por qué? ¿De dónde eres tú?

-Ah, vaya, es que resulta que en un reino vecino hay un río llamado así, río Verre. Debe de ser una coincidencia, supongo. Yo soy… Bueno era, la princesa de Bruderde.

Cenicienta pegó un pequeño chillido y todos los de su alrededor se giraron hacia ella.

-¿Bruderde? ¿Bruderde? ¿Eres Blancanieves, la legendaria reina de Bruderde? ¿La doncella más hermosa que el mundo jamás ha conocido? ¿La que cayó en un sueño eterno por la manzana envenenada?

Blancanieves estaba avergonzada en ser el centro de atención así que trató de hablar bajito.

-Sí, Bruderde. Bueno, de momento sólo la princesa… Sí, por desgracia eso decían de mí y… No. ¿Qué manzana? No me han envenenado con ninguna manzana… O eso espero. Oye, ¿y tú cómo sabes eso, Cenicienta?

Cenicienta estaba dando saltitos en su asiento sin poder contener la emoción.

-Verás… Yo… Tú… Tú y yo somos… A ver, ¿cómo te lo explico sin asustarte? -Cenicienta parloteaba sin cesar y Blancanieves no entendía nada-. Bien, escúchame, Blancanieves. ¿Tú en qué año naciste?

-Nací el uno de enero del año mil cuatrocientos treinta y nueve. ¿Por qué? ¿Qué me estoy perdiendo?
-Vaya, quién diría que tienes tantos años siendo tan chiquitina… -comentó Cenicienta risueña.

-¿De qué me estás hablando, Cenicienta? Me estás asustando.

-Eso es justo lo que no pretendo. Aunque entenderé que te asustes. Verás, Blancanieves, tú y yo somos de reinos vecinos… El reino de Verre se construyó alrededor de la fuente del río con el mismo nombre, el río que tú conoces. Se fundó en el año mil seiscientos veintitrés. Y yo… a ver como te lo digo… Menuda cara estás poniendo, y eso que no sabes lo mejor… Ahí va: yo nací en mil ochocientos doce.

Blancanieves no dijo nada durante un rato. Se quedó mirando su plato vacío sin atreverse a alzar la vista hacia Cenicienta.

-Caray -dijo al fin- Eso… Eso quiere decir que… ¿al venir aquí he viajado en el tiempo?

Cenicienta le mostró una sonrisa amistosa.

-Tú no. Todos. Todos hemos viajado en el espacio y el tiempo para venir aquí. Aquí, en Fidgetweed no existe el tiempo. Por eso los estudiantes venimos de cualquier lugar y cualquier época. Por eso se podría decir que aunque yo sea visiblemente mayor que tú… Bueno, tú tienes unos cuatrocientos años más que yo.

-Caray -repitió Blancanieves, esta vez fascinada.- Entonces… ¡Entonces tú puedes contarme mi futuro! ¡Antes me has dicho que soy una legendaria reina! ¿Es eso cierto, acabaré siendo reina? ¿Y qué es eso de la manzana envenenada? ¿No me moriré por eso, verdad? ¡Dime que no me moriré por culpa de una manzana, las manzanas son mi perdición!

Cenicienta parecía igual de entusiasmada, pero cuando fue a abrir la boca recordó que la principal regla acerca de la diversidad temporal era no interferir en el pasado. Campanilla de Cobre lo dejaba claro en cada discurso de bienvenida.

-Lo siento, Blanca. No puedo decirte nada… Ya sé que antes lo he hecho, pero ha sido por la emoción. ¡Eres todo un personaje histórico! No sabes cuanta admiración y ternura me produce tu historia, pero no puedo revelarte nada o interferiría en el pasado y todo cambiaría. Quizás ni siquiera se fundaría el reino de Verre, o quizás no llegaría ni a nacer. ¿Lo entiendes?

-No -respondió Blancanieves con su sonrisa habitual- pero todo ésto que me has contado algún sentido tendrá aunque no lo entienda. Sólo dime, ¿lo de la manzana acaba bien? Prometo dejar que me envenenen si me aseguras que acaba bien.

A Cenicienta se le escapó la risa.

-Está bien, pequeña reina. Lo de la manzana acaba más que bien, acaba con tu boda.

Blancanieves soltó un pequeño chillido de júbilo.

-¿Boda? ¡Oh, Dios mío! ¡Mi boda! ¡Soy tan feliz! ¡Sabía que mi príncipe me encontraría, lo sabía! Sólo espero que no sea demasiado tarde… Quiero decir, pasaré cinco años estudiando aquí, ¿no es cierto?

Cenicienta frunció el ceño y se quedó pensativa.

-Es cierto… No me cuadra… Se supone que mordiste la manzana con tus tiernos catorce años… ¡Oh, demonios! ¡Se me ha escapado!

-Espera, ¿qué? ¡Me quedan tres meses para cumplir quince años! ¿Me estás diciendo que me envenenarán aquí, en el Colegio?

-No entiendo nada, Blancanieves, se supone que te envenenaron mientras vivías con los enanos.

-¡Pero ya viví con ellos! Mi carta llegó con retraso, apenas hace dos días y no tuve tiempo de despedirme. Les dejé siete cartas explicándoles que me iba por un tiempo y que trataría de ir volviendo para visitarlos. Aunque la verdad, desde aquí no sabría volver… ¿Entonces me envenenarán cuando vuelva a visitarlos? ¿Quién sabe cuándo será eso?

Cenicienta se frotaba las sienes.

-No, nada de ésto tiene sentido, deberían haberte envenenado hace ya tiempo. Apenas estuviste dormida una semana cuando el rey Florian te despertó. Todo eso ya debería haber pasado.

-Así que se llama Florian… -suspiró Blancanieves- Y dime, ¿tenía preciosos bucles del color del caramelo y ojos azules verdosos como el fondo marino?

Ahora suspiró Cenicienta, aunque no del mismo modo.

-¡Despierta, Blancanieves! ¿No lo entiendes? ¡Tu carta llegó por error, no deberías estar aquí! O al menos no aún. Ahora mismo deberías estar envenenada por la manzana.

A Blancanieves le empezó a temblar el labio inferior.

-Pero… Pero… Cenicienta, no entiendo nada. Todo este galimatías de los viajes en el tiempo, luego me dices que me envenenarán y que me casaré, pero que debería estar envenenada ahora… No lo entiendo. Y no lo quiero entender. Sólo quiero… Quiero irme a casa con los enanitos. -Los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas a medida que hablaba.

-Oh, vamos pequeña, no llores… ¿Sabes qué? Quizás es algo loco, pero… De acuerdo a los hechos históricos tú ahora mismo deberías estar envenenada en el bosque, y sin embargo estás aquí… Lo que me lleva a pensar que quizás alguno de los personajes de tu alrededor, de tu historia, también están aquí por error.

Blancanieves se tapó la boca con las manos y empezó a temblar toda ella.

-No estarás hablando de… ¿mi madrastra?

-Cielos no, dejemos a las madrastras en su sitio, bastantes problemas nos han dado ya.

-Oh, ¿estás hablando de los enanitos? ¿Está aquí Sabio? ¿Mudito? ¿Quizás Gruñón?

-No. No, no y no. ¡Cielos! Puedes llegar a ser exasperante. Me refiero al Rey Florian.

Blancanieves giró la mirada en todas direcciones.

-¡Mi príncipe está aquí! ¡Debo encontrarlo! ¿O debería encontrarme él a mi? Oh Cenicienta dime, ¿qué puedo hacer?

Cenicienta respiró hondo hasta cinco veces y la miró muy seria.

-Lo primero, calmarte. Sé que tienes las emociones a flor de piel, pero no estoy segura de si todo este asunto de los tiempos girados es trigo limpio. Y lo segundo, evidentemente, encontrar al Rey Florian. Aunque tienes razón, de momento aún es príncipe. Y los príncipes… Se sientan todos en la mesa del medio. Que me lo digan a mí, que llevo cuatro años viendo las miraditas que le echan todas a mi marido…

-¿Tú príncipe también está aquí? -preguntó Blancanieves ilusionada- ¿Y cómo se llamaba?

-Se llama Enrique, es el Príncipe Real de Verre -dijo como sacándole importancia-. Como te decía, todos los príncipes se sientan en la mesa del centro. No es que haya distinciones sociales en el Colegio, pero… Digamos que los príncipes son muy admirados. Y les encanta serlo. Es un patrón que se repite en cada momento y lugar del tiempo y el espacio.

Blancanieves se levantó de golpe y corrió entre las mesas con Cenicienta pisándole los talones. A pocos metros de la mesa indicada paró en seco (provocando que Cenicienta, que ya tenía dificultades agarrándose las faldas para correr, casi cayera al suelo al toparse contra su espalda) y se llevó las manos al pecho, despacio, mientras por sus mejillas eternamente ruborizadas empezaban a correr las lágrimas.

-Blancanieves… Pequeña… ¿Qué ocurre? ¿Has reconocido al Rey Florian? -susurró Cenicienta poniendo una mano en su hombro.

-Mi príncipe… Mi príncipe… Después de tres largos años puedo verte de nuevo…

-¡Eso es fantástico, Blancanieves! Seguro que con el Rey Florian de nuestro lado será más fácil solucionar ésto.

-Pero es que… está con otra chica… mira -logró decir entre sollozos. Señaló a una pareja que estaban un poco apartados del resto de la realeza, compartiendo un beso demasiado apasionado para que tuviera lugar en el comedor de un colegio.

-¿Qué? ¿Qué dices, Blanca? ¿Cómo va a ser ese chico que está con otra chica?

-Fíjate, es él… ¿Lo has visto retratado alguna vez? -musitó Blancanieves sin querer seguir mirando.

-Sí, y se parece muchísimo, pero… ¿Quién es esa chica pelirroja? Espera que me fije bien… ¡No puede ser! ¡Blancanieves, no puede ser!

-¿Qué ocurre?

-¡Esa chica eres tú!

-¿Qué? No puede ser.

-Fíjate.

Blancanieves, a su pesar, clavó la vista en la chica que compartía carantoñas con su amado. Y efectivamente era ella. Los mismos pómulos, las mismas pestañas negras y tupidas, los mismos labios rojos como la sangre y la misma piel blanca como la nieve.

-Vaya soy yo… Sólo que en pelirroja… ¿No se me habrá puesto el pelo rojo, verdad?

Cenicienta cambiaba la mirada de una chica a la otra constantemente. Todas las palabras murieron frente a su sorpresa.

-No… Sigue siendo negro. -Fue lo único que pudo decir.

-Quiero irme de aquí, Cenicienta… Ésto no me gusta nada. -Lloró Blancanieves.

-Debemos saber qué está ocurriendo. El pasado está cambiando, y eso significa que el futuro no será tal y como yo lo conozco.

En ese momento, la chica pelirroja alzó la vista y las miró directamente, con unos ojos tan negros que parecían dos pozos sin fondo. Sus carnosos y perfectos labios se curvaron formando la más perfecta de las sonrisas.

-¡HORA DE CENAR! LOS QUE NO HAYÁIS TOMADO ASIENTO HACEDLO INMEDIATAMENTE, ¡SÓLO QUEDA UNA HORA PARA LA CEREMONIA DE INICIO DE CURSO Y MÁS VALE QUE ESTÉIS CON EL ESTÓMAGO BIEN LLENO DE ALEGRÍA!

El mensaje se repitió dos veces más retumbando por toda la Cantina Cantarina. Era una voz muy aguda y musical, y cada sílaba que pronunciaba parecía estar acompañada de un repicar de campanillas.

-Es la Directora -susurró Cenicienta- Debemos obedecer. Volvamos a la mesa y allí pensaremos algo.
Blancanieves, cabizbaja y aún impactada por esa mirada, la siguió hasta su sitio.

-Bien, Blancanieves, hoy por ser el primer día se nos da el lujo de elegir lo que vamos a comer. Piénsalo con fuerza y susúrrale al plato lo que quieres que aparezca. Creo que deberías comer algo, no sea que te desmayes con tantas emociones. Mira cómo lo hago.

Cenicienta susurró “hojaldre de verduras y pescado acompañado con fruta asada y queso” y al instante apareció en su bandeja todo lo que había deseado.

-Yo me daría prisa, Blanca, en una hora empezará la Ceremonia y allí ya no podremos hacer nada… Recupera fuerzas, anda.

Blancanieves trató de recuperar su sonrisa y le susurró amablemente al plato que tenía enfrente. Cenicienta abrió mucho los ojos al ver la enorme bandeja que había aparecido ante ellas.

-No me lo puedo creer… ¿Enserio, Blancanieves?

Blancanieves le mostró su mejor cara de alegría.

-Ya te dije que eran mi perdición -respondió alegremente antes de ponerse a devorar la fuente de manzanas que había deseado.









lunes, 7 de septiembre de 2015

Capítulo III: Fuego contra hielo

-¡ME TENÉIS HARTA! -gritó la joven con todas sus fuerzas. Su voz provocó un pequeño seísmo en la habitación y se desprendieron algunas piedras pequeñas del techo- Vaya, no sabía que podía hacer eso… ¡Qué fuerte! -iba a sonreír, pero pareció acordarse de que estaba muy enfadada- ¡Me voy de aquí! ¡Os dejo solas con vuestras luchas para ver quién es el gallo del corral! ¡Me largo! ¡Adiós!

Abrió la puerta, pero una ráfaga helada la cerró de golpe y la escarcha bloqueó el pomo y la cerradura.

-Oh perfecto -gruñó la joven enfadada- ¿Así que abusando de tu poder? ¿Piensas impedirme por la fuerza que me vaya?

-No es eso… La he bloqueado sólo para que puedas escucharme -empezó una chica visiblemente más mayor y elegante- Por favor, escúch…

-¡Já! No te lo crees ni tú, cubito de hielo -intervino una tercera joven- Has fracasado como reina y como hermana. Otra vez.

La chica mayor perdió los papeles soltó un grito de rabia y preparó una bola gigante de hielo que estamparía contra el corazón de esa estúpida chica-cerilla.

-¡Elsa! ¡No! -la primera chica se interpuso entre las dos. La bola de hielo desapareció entre los dedos de su creadora al instante.

-¡Anna! Podría haberte hecho daño. Un poco más y no lo cuentas.

-No sería la primera vez -puntualizó la tercera.

-¡Cállate, Mérida! -dijeron las otras dos a la vez. La joven que se había interpuesto entre las dos suspiró sonoramente y se dispuso a hablar.

-Vale. Lo entiendo. Os odiáis. Elsa tiene poderes de hielo, Mérida tiene poderes de fuego. Sois opuestas. Además las dos sois reinas y debéis demostrar vuestra valía. Lo entiendo también. Y entiendo que tengáis carácteres incompatibles pero POR FAVOR -remarcó el “por favor”- dejad de intentar mataros. Tú Mérida, acabarás por incendiar las residencias provisionales y ¡qué digo! todo el colegio. Y tú, Elsa… -suavizó automáticamente el tono- No te estoy pidiendo que te reprimas. Sólo que no lances bolas de hielo a diestro y siniestro tampoco…

-O acabarás provocando otro invierno eterno. -Concluyó Mérida.

-Ya no hace gracia, Mérida. -Regañó Anna.

-No, si tiene razón, Anna, déjala… ¿Qué clase de reina soy si me dejo llevar por las rabietas de una niña de dieciséis años? He estado tan cegada con nuestras trifulcas que no he pensado que podía realmente hacer daño a alguien… O peor, a tí… -Elsa se derrumbó sobre la cama.

-¿Te digo qué clase de reina eres? -dijo Anna estirándose a su lado- Eres una reina humana, de carne y hueso. Con sentimientos. Eso es bueno, Elsa. ¿O me estás diciendo que prefieres ser una persona reprimida y frígida?

-Tienes razón… Pero no puedo permitirme volver a herirte. Puedes marcharte si quieres -con un gesto de sus dedos la puerta se descongeló.

-No quiero irme en realidad -sonrió Anna- si no fuese por mí os habríais matado ya. No soy poderosa como desde luego vosotras lo sois, de hecho no sé ni qué hago aquí… Pero si de algo estoy segura es de que soy el pegamento que nos mantiene unidas a las tres. Algún día Mérida y tú dejaréis de intentar mataros. Sé que parece loco, pero también lo parecía que la pequeña Meri se abriera a nosotras, pero cuando no está intentando carbonizar el colegio la cosa no va tan mal, ¿verdad, Mérida?

Mérida bufó a Anna.

-Nada de “pequeña Meri”. Te recuerdo que soy una reina, mientras que tú eres un adorno, perdón, una princesa. He luchado en una guerra. No tienes ni idea de lo que he pasado. Así que no me llames “pequeña Meri” como si fuese una especie de tercera hermana. -Se tumbó en la cama dándoles la espalda.

Sin ningún tipo de pudor, Anna se levantó de la cama de su hermana para sentarse en la de Mérida.

-¿Es que no tienes cama? -gruñó Mérida de mala gana.

-Sí que tengo. Pero prefiero poder mirarte cuando te hablo, llámame rara -respondió Anna con sorna. Eso pareció llamar la atención de Mérida que levantó la cara de la almohada.- Nunca sabremos por lo que has pasado a no ser claro, que nos lo cuentes. Podemos ser amigas, Mérida. Ya te sabes la historia de Elsa y yo, estuvimos trece años separadas, ¡yo estuve trece años creyendo que mi hermana me odiaba! Luego me congeló el corazón y me mató, convirtiéndome en estatua de hielo. ¿Te crees que el nuestro ha sido un camino de rosas? Ahora nos tenemos la una a la otra, pero sabemos lo que es estar solas.

Mérida miró a Anna algo confundida. Elsa había decidido mantenerse al margen.

-Me costará volver a confiar en alguien… -dijo en voz baja. Anna sonrió.

-Podemos esperar. Ya te he dicho que yo esperé a Elsa durante trece años.

Mérida sonrió levemente.

-Venga va, vayamos las tres juntas a la ceremonia de bienvenida. ¿No os sentís emocionadas por cuál será vuestra residencia?

Elsa se levantó de la cama a la par que Mérida. Se miraron y respiraron hondo.

-Por supuesto yo iré siempre en medio de vosotras -continuó Anna-, no es que no me fíe, es que… No me fío.

-Yo tampoco me fiaría -concordó Elsa con una risa. Mérida empezó a echar chispas, literalmente.

-¿Pero no ves cómo me provoca? ¡Ya no voy! ¡Y que me arrastren de los pelos a mi residencia que pienso quemarlos como hice con los clanes traidores! -rugió.

-Mérida… -suspiró Elsa- me refería a mí. No a ti. Relájate, anda.

Mérida gruñó pero aceptó.

-A todo ésto… -empezó Anna- ¿Qué son los clanes traidores? ¿Los quemaste con tu pelo?

-No te pases con las confianzas. Tenemos mucho tiempo. Quizás en trece años te lo cuento.

-Touché -suspiró Anna.

-No pretendía sonar tan borde, y desde luego no esperaré trece años a contártelo -se suavizó Mérida al ver a Anna afligida-. Pero en serio, no te pases. Necesito tiempo.

Minutos después, salieron las tres juntas de las residencias provisionales, donde los alumnos se habían estado instalando hasta el inicio oficial del curso, en que se abrirían las cuatro grandes Residencias y cada alumno iría a la suya correspondiente. Ese día era treinta de septiembre, la víspera del inicio del curso escolar. Después de la cena y el discurso de bienvenida, la Directora Campanilla de Cobre se llevaría a los novatos al Bosque de las Hayas, el lugar más mágico de los alrededores del Colegio y los sometería a la Prueba de la Gota, que determinaría en qué residencia se alojarían durante los siguientes cinco años.

-Eso de “la Prueba de la Gota” suena un poco siniestro, ¿no creéis? -conversaba Anna sin esperar respuesta- Igualmente creo que puedo adivinar donde os alojaréis vosotras: Yo a tí Elsa te veo reflexiva e inteligente, como una Acedera. Y Mérida, tan poderosa y temperamental no puede estar sino en Haya. ¿Qué me decís?

-No me veo en Haya -respondió Mérida- demasiado estirados.

Elsa puso los ojos en blanco.

-Oh, ¿lo dice en serio, señorita “te recuerdo que soy una reina mientras que tú eres un adorno”? -dijo pícaramente.

Anna se rió. Mérida no.

-Una más y convertiré ese pelo blanco en ceniza. ¡Te quedarás calva como un huevo!

-Es rubio platino, estúpida cerilla. -Espetó Elsa perdiendo la paciencia. Ante la sorpresa de las dos enfrentadas, Anna estalló en risas.

-¡Perdonad, perdonad! Es que lo de “estúpida cerilla” ha sido bueno. Ya me callo.

El pelo de Mérida brilló peligrosamente
.
-Perfecto. Un motín. Os vais a enterar, esquimales remilgadas.

Sonrió malévolamente y empezaron a salir pequeñas llamas de sus rizos, mientras Elsa se colocó delante de Anna (que gritaba y pataleaba para evitar otra pelea), con una mano creó un escudo de hielo, con la otra empezó a acumular nieve. Anna se zafó de su hermana y volvió a colocarse por enésima vez en medio.

-¡Parad, parad! ¡Por favor! Venga, llevábamos un rato bien… ¡Podemos conseguirlo! ¡Por favor dejad de…! ¡Auch!

Como caminaba de espaldas tratando de evitar una catástrofe no vió a la chica rubia con la que chocó, provocando que las dos cayeran al suelo.

-¡Ay mi rodilla!

-Menudo culazo contra el suelo…

-Me duele…

-A mí más…

Se miraron por primera vez y rieron de la situación tan tonta en la que se encontraban.

-Perdón por tirarte al suelo, es que iba de espaldas tratando de evitar que todos, incluida tú, murierais -explicó Anna.

-Vaya, gracias supongo -respondió la chica nueva, divertida- Y no te disculpes, es que voy mirando las musarañas.

-No, mujer. Todas vamos así el primer día. Soy Anna.

-Mérida -se presentó la chica con el pelo de fuego.

-Elsa -hizo lo mismo la joven con poderes de hielo.

-Encantada de conoceros a todas. ¿Sois hermanas?

-Sí -respondió Elsa.

-Para nada -dijo a la vez Mérida.

-¿Y tú cómo te llamas? -preguntó Anna.

-Rapunzel.

-¡Vaya! -exclamó Anna- ¡Elsa! ¡Se llama igual que la princesa perdida!

-¿Qué? ¿Yo? -preguntó Rapunzel confundida.

-Es cierto -asintió Elsa- aunque hace ya tantos años que no escuchaba nada sobre el tema… Casi se había ido de mi mente, pero es cierto, la princesa perdida se llama Rapunzel.

-¿No serás la princesa perdida? -preguntó inquisitivamente Anna mirándola de arriba a abajo.

-¿Yo? -dijo Rapunzel soltando una carcajada- ¡Qué tontería! No soy ninguna princesa, he vivido toda mi vida en una torre y mi madre no es ninguna reina… Aunque a veces se lo creyera.

-Pues vaya -suspiró Anna- hubiese estado bien darles la buena noticia a nuestros tíos de Corona.

Rapunzel abrió mucho los ojos y la boca. Parecía haberse quedado petrificada.

-¿Has dicho… has dicho… acabas de decir… “Corona”? -tartamudeó Rapunzel.

-Sorpresaaa… -canturreó Mérida. Se lo estaba pasando en grande.